1
Tal vez hay un canto en nosotros.
Algo primigenio y dormido
a la espera
de un resurgir en la forma de un paisaje.
El punto capaz de devolvernos
eso que alguna vez hemos tenido,
voces que pertenecen a sueños.
¿Se entiende alguna vez
el sentido de un paisaje?
¿Se capta su fuerza sanadora?
Hay una soledad que ronda los días,
una voz pequeñita que se adentra en la noche.
Siempre espera nerviosa el día que tarda en llegar,
gris, de invierno, listo en su indolencia,
fácil en la monumentalidad de su mudez.
2
Desafiamos a los pensamientos.
Ahora por suerte podemos hacer eso.
Y cuando lo hacemos, notamos hasta qué punto
lo que decimos es solamente nuestro esfuerzo
por generar fuerzas, a veces oscuras, otras luminosas,
o una serie de respuestas dadas, como lo único posible.
Frente a todo lo que nos aborda como si fuésemos
una balsa que va por un río rodeado
de una fauna bellísima y despiadada,
estamos nosotros y nadie más.
Es por eso que la compasión cuesta tanto.
Es difícil abstraerse de esa lucha
si uno teme ser aniquilado.
Jesús murió en la cruz. Hijo de Dios.
Muerto por los hombres.
Y por otra parte, sabemos
que la compasión y la ternura
nos pueden acercar a los otros.
Y es extraño eso; es difícil conocer
la medida de las cosas
cuando son tantas las decisiones posibles
y tantas sus consecuencias. La justa medida
es un lugar inalcanzable y un orden muy grande
que igualmente se debe perseguir
en el reducido margen que nos es posible.
Porque lo mismo existen las definiciones
y lo mismo juzgamos y decimos.
Nos aferramos a un cierto clima conocido.
Nos apegamos como a un manto de fe,
es como un huir hacia determinadas creencias
que suponemos podrían ser fieles a la realidad.
3
Hay un lugar de certidumbres que aún buscamos.
Es así, aunque sea un imposible y ahí se encuentre
la principal razón de nuestros miedos.
4
Enfrentar significa admitir.
No hay algo esencialmente válido en el cuadro,
ni en las ideas, si ellas no son el resultado
de un camino que en sí mismo
es mucho más que todas las frases juntas.
5
¿Por qué tenemos tantas imágenes, palabras
y momentos vividos que se empeñan en asaltarnos
sin un sentido específico y definitivo?
¿Qué es lo que tanto buscamos día y noche,
aferrados a la idea de que podremos
solucionarlo a través de un discurso?
6
Los hombres sabios dicen: Lo más probable
es que un espíritu delicado y dócil
sea el que en nosotros y por nosotros,
una vez cultivado, vea al mundo y lo quiera
y aprecie en su justa dimensión.
Hablan de su absoluta impureza
y su profunda falta de sentido.
El único motivo es el laboriosamente construido
despacio, con paciencia, bajo la luna.
Cuando los demás duermen y nosotros, curiosos,
buscamos otorgarle un valor, o al menos algo
que nos redima.
Un tiempo que nos devuelva
la fugacidad de los estados que nos sumergen.
Esperemos que lo haga pronto
y de una manera simple,
muda o estridente, o a veces ágil,
a veces lenta, humeante y asfixiante.
O capaz al menos
de llevarnos al punto de suprema oscuridad
que deberá ser el preludio de una luz oscilante al principio,
y más firme después, mucho después de la primera ocasión.
Esperemos que sintamos
el llamado a superarnos en cada una de las ataduras
que nos fijan a valoraciones que, analizadas con frialdad,
se vuelven absurdas, y que sin embargo aún no podemos destrabar.
Cada circuito es un elemento para darnos
el trabajo y la consecuente satisfacción
de ir más allá del límite con nuestro cuerpo.
6
Las ranas, en la pequeña península dorada.
Siguen lo grácil y al mismo tiempo temido,
señalan la llegada de la noche y de sus estrellas.
Todos los grandes poetas vienen.
Ojalá vivamos intensamente el momento
y el agradecimiento único y fantástico.
Lo que proviene de saber que las cosas se ofrecen
para ser valoradas y que el significado más grande
se reduce a eso.
7
Los días se amontonan, se suceden
y van como el lecho del río.
Sin que sepamos cómo,
sigue en nosotros los que caminamos con temor.
Vamos hacia la maravillosa frecuencia de cada espacio,
intersticio o volumen.
Lo suponemos capaz de sumar signos
en la desesperante incapacidad de poder
afrontar lo que sea que nos toque.
8
Para eso empleamos, exigimos y cultivamos
lugares ilusorios, espejismos, frases, mantras,
picardías que necesita la mente para afrontar
un encuentro cabal y absoluto con el espíritu.
Lo practicamos de un modo franco, dispuesto a transitar
lo necesario para crecer. Porque no es una tarea fácil
abordar los desafíos que pueden terminar en sufrimiento.
Los sufrimientos, la aniquilación. Nosotros,
como bien sabemos, no tenemos una fuerza inmensa
e inagotable, apenas somos gotas perdiéndose
en los charcos y el pasto. Pero lo mismo vamos.
Y lo mismo iremos, conscientes de que sólo la confianza
en nuestra propia pequeñez nos hará capaces
de ir más allá de nosotros mismos.
Confiamos en lo que jamás se ve pero se intuye.
Un manto gris que cubre una virgen
a la cual unas viejitas dulcemente rezan.
Un perro busca algo entre las zarzas.
Más allá, el mar se repite.
Esos son nuestros mantras,
nuestras ilusiones, nuestros rezos acordes.
O la fugacidad con que aparecen los instantes.
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