lunes, 23 de diciembre de 2019

Laguna negra

Noche, lo infantil de cada esbozo, lo tierno de una aproximación, una hondonada a los contornos de la luna. Una visión de su énfasis, en nosotros, y su voluntad de darnos algo.

Algo que en realidad la luna no tiene, luz contorneándose bajo perfiles de ranas que la miran a ella, bonita madre, entusiasmada con su fuerza y embelesada con su figura. Y las ranas a la vera del agua; en la negrura del agua, quietas, sobre esa negra laguna que brilla y libera un barro estupendo.

Está poblada esa laguna. Caracoles de otras eras se ven de vez en cuando. La admiran esas ranas atravesadas por cañas y calas. Esa laguna, preciosa también, miles de veces por ellas vista, muchas veces en los puntos, en los estupendos montes nevados y las palmeras sobreviviendo. Y también soñada en los márgenes de un paisaje estival que no se puede detener, que no puede aflojar, esa necesidad de parir miles y miles de bichos para que crezcan esas ranas.

Y por un instante, tampoco pueden ellas arbitrar las ganas tremendas de ser parte, bajo la luna, de muchos otros sueños.

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