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miércoles, 19 de noviembre de 2025

El examen


Optamos con mi hijo por ir a desayunar afuera, justo en la mesa que ocupa el vértice entre la galería de un  costado y mira de frente a la selva; más allá está el río. Todo tiende a la calma cuando veo los árboles. El día es inusualmente frío para esta época del año y está nublado. Todo eso me gusta. Hay una fuerza en la primavera. Una transición que todavía guarda un ímpetu propio del invierno. Se crea un margen, y son los márgenes los que más me convocan. 

El desayuno fue un bálsamo. Pero esta vez elegí tomar un té. No quiero someter a mi cuerpo a la tensión que le ocasiona el café. Pero no pienso sostener esta política. Hay algo en el café, esa fuerza inexorable que lleva a mi cuerpo a tensarse, que me atrae. Me da un impulso vital. 

Mi hijo está atento a los resultados de un nota que un profesor tiene que subir la web. Consulta una vez más y sí: están los resultados del examen. Con esos resultados y las anotaciones que tiene de sus respuestas, me explica, debe sacar cuentas. La sacamos con nerviosismo. Parece que le ha ido bien. Volvemos a hacer las cuentas; siempre con una tensión marcada y sí, le ha ido bien. Ha aprobado. Festejamos. Está feliz. Le ha costado aprobar una materia sin tener que rendir un final. Con toda su enorme sabiduría ahí está su escollo. Le cuesta programar sus estudios con tiempo. Hasta hace poco llegaba a situaciones límites. Pero esta vez ha superado esa dinámica y ha promocionado. Me abraza y permanece sonriente en un estado de gracia que solo pueden enmarcar, tal como lo hacen detrás suyo, los pájaros. Su sonrisa no se borra. Se mantiene en sus labios. Cuánto debo aprender de ese joven no alcanzo a saberlo. Si lo supiera mi vida ya habría cambiado. 

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