Estos días de confinamiento me han traído varios descubrimientos:
1. Volví a pintar con cierto placer.
2. Veo, a raíz de los esfuerzos de ex compañeros de colegio en un chat grupal por mostrar sus excelentes creaciones de arte, que ese tipo de vínculo es el más primario y elemental y que replica el vínculo materno infantil en forma continua. No entiendo cómo ninguno de los muchos terapeutas que he tenido me lo dijo. Con estos ex compañeros la cuestión está clara: no pueden, lo han demostrado a través de los años, establecer un vínculo más complejo, franco y abierto con los otros y repiten una y otra vez la dinámica del artista que busca reconocimiento.
3. Veo que la riqueza más grande es tener contacto con las relaciones de poder que uno establece. Qué tanto poder le otorga a ciertas dinámicas, vínculos y de ahí en más construir relaciones que nos lleven a lugares de potencia, espacios abiertos y creativos, no espacios de reclusión e impotencia -como suelen ser los lugares supuestamente brillantes y poderosos-.
4. Recién hoy advertí que lo que debo buscar es la fluidez, no la perfección. Durante toda mi vida busqué la perfección y por supuesto durante toda mi vida sufrí de una dinámica esencialmente obsesiva que deriva siempre en la insatisfacción. Esto porque, por regla, la perfección o excelencia no es humana, y para colmo es relativa, y aquellos que supuestamente alguna vez la han tocado no lo han hecho por un esfuerzo denodado sino por un ámbito de fluidez más allá de ellos.
domingo, 3 de mayo de 2020
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