Hoy salí a dar la vuelta
que doy en el pueblo
todas las tardes ni bien cae el sol.
Van sesenta días de confinamiento
y ya empecé a cambiar algunas cosas.
Todos los días pinto como no pinté en los últimos veinte años.
Supongo que me falta para pintar como deseo.
Lo importante es que sueño con pinceladas.
Van y vienen a un ritmo acorde con los colores que aparecen.
Es fantástica la mente, y de tan fantástica ingobernable.
En cierto momento debo sosegarla,
para eso voy a una estación de servicio abandonada
y, sentado con el auto apagado, mientras escucho un Cd de Enya,
me concentro en el negro de mis ojos cerrados.
No es fácil porque sigue a la caza de imágenes,
pero al final se sosiega un poco.
Cuando abro los ojos, veo unos plumerillos.
Están al costado de la estación de servicio,
más allá, donde empieza un campo.
Hoy no se movían y tal vez por eso
sentí algo en torno a su importancia.
Que estuvieran quietos me hizo ver
la fascinación del mundo.
Ese mundo más allá de mi mente.
Qué buenos esos plumerillos.
Hoy tan quietos, otros días moviéndose,
dependientes de la lluvia, el sol y el viento
listos para responder a mi atención.
jueves, 14 de mayo de 2020
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