miércoles, 16 de septiembre de 2020

El destino de las gallinas

Los días en esta pandemia se van acomodando a un ritmo cada vez más firme. Un ritmo rápido, restringido y hasta monótono. Hoy volví al campo. Aleluya. Fui en bici hasta el final del camino. Fui hasta lo más lejos. Hasta Torres. A la vuelta, casi de noche, pasé por los galpones antes de cruzar la ruta seis. 

Por primera vez, el olor fuerte se mezcló con un lamento, un quejido, un mensaje cierto y fuerte de algunas gallinas. Las pude escuchar perfectamente por primera vez. Y ahí deben de seguir ellas, la pobres, encajonadas por siempre. Así son las cosas en este lugar y en el planeta. Un planeta en donde, sin duda y por desgracia, hemos llegado a este punto, el confinamiento extremo de estas gallinas y, también, la aplicación en ellas de las técnicas productivas, supuestamente en nuestro provecho, más aberrantes e insanas jamás vistas, en donde las cosas, tengo que suponer que, por lógica, van a tener que tomar algún tipo de compresión cada vez mayor, y después, esas mismas cosas, van a terminar en un estallido. Un estallido, imagino, sideral. Un catarata que irá en una caída muy pero muy grande.

Pensé en todo eso lamentablemente en el camino de vuelta. Pero, por suerte, también hice bastantes esfuerzos por circunscribir mi atención al camino, a los pocos sonidos a lo lejos, a las primeras estrellas, a los últimos pájaros, esos pájaros que pasaban como apurados y, al mismo tiempo, tal vez, culpables de haberse demorado vaya saber uno en qué. 

Y en ese declinar de la luz, los caballos seguían pastando en algunos potreros a lo lejos. Pastaban como si la falta de luz no fuese una cuestión. Hay otros galpones avícolas al principio del camino y otros al final. Ambos son mucho más grandes que los galpones que fijan mi atención. Pero ambos no tienen la perspectiva, cercanía al camino, árboles en hilera, ataduras sentimentales e historias que tienen los galpones que están apenas cruzo la ruta seis. Hoy por suerte los vi otra vez después de varios días de pensar en ellos. Y ahí siguen. Ahí están quién sabe por cuánto tiempo más.

No hay comentarios:

El palacio medieval en la montaña

  Esa noche el aire templado en la noche quieta ampliaba el canto de los grillos, los plumerillos casi no se movían y en mi cabeza el camino...