Atravesabas los desiertos y no te detenían los mares.
Ibas a una velocidad constante y las gaviotas te indicaban
el camino, una música épica sonaba pero muy lejos.
No te daba la impresión de que algo pudiese fallar,
y así era, nada fallaba. Eras un león que atraviesa
lo que debe atravesar y después se pone a comer el gran
antílope que le corresponde. Algo así eras.
Y comías esa gran bestia y no te sentías mal por eso.
Comías y después ibas debajo un pequeño árbol de la sábana.
No había nadie que pudiera hacerte nada.
Y si lo hubiese, ese daño no te iba a significar mucho.
Eras un león, y los leones tienen una fuerza
que va más allá de cualquier dolor.
Y esos leones terminan hechos monumentos,
soberanos tremendamente fuertes, capaces
de ser un símbolo de algo que puede abarcar mucho.
Algo con capacidad de aplastar a los demás y reinar.
Y algo así eras.
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