Me podía ir de mí mismo. Mi mente ya no era un tema, hablo de algo que estuviera demasiado en primera fila.
Ella podía confundirse con el paisaje y era una manera de entrar en los cuadros, de rozar las esculturas de esos jardines que adoraba de chico. En los recovecos que armaban las hortensias, los jazmines del cielo, las rosas chinas.
Y no buscaba un sentido o un final.
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