En el sueño eras un pájaro que cantaba en el borde de una ventana que reflejaba el cielo azul, no celeste. Varios gatos rondaban la galería y adentro, en el cuarto, dormía tu madre.
Después, en tus frágiles recuerdos, está la iglesia, sus grises y el verdín, las enredaderas incipientes, los gorjeos y la lluvia tocándola.
Y más allá, sobre las paredes de la muralla, las rosas chinas. En ellas cantaban los pájaros para mostrar su alegría o decir algo.
Es que en el tilo de ese jardín veraniego había una cuevita donde tendría lugar, decían de niños, el nacimiento de una esfera pequeña y dorada.
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