Estabas a las cinco y media despierto y cuando ibas al living te encontrabas al papa durmiendo en el sofá. A su lado, el gato de tu profesor de escultura te miraba como diciéndote: "No hagas ruido, no molestes que este hombre está durmiendo..." Y veías de nuevo al papa que, vestido con su sotana blanca, dormía con una mano en la frente igual a como lo hacía tu abuelo en una postura sufriente. Para sanar a tu abuelo y al papa pensabas que un ángel descendería gracias a una luz divina. Así que te sentabas a esperar la fuerza de esa luz igual que lo hacías en tu infancia. Pero ningún ángel se presentaba. Solo continuaban los ruidos, los sonidos de la ciudad y más cerca el zumbido que hace tu chimenea los días de viento.
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