Amanece en Milán.
Abajo, en la vereda, camionetas amarillas
con empleados vestidos con camperas
amarillas acomodando unas cajas.
Hay hielo en los autos, un par de personas,
con las manos en los bolsillos, esperan
a alguien moviendo cada tanto las piernas.
A lo lejos, un edificio alto con un cártel de publicidad
todavía iluminado. Imagino que esto es
lo que vería cada mañana si viviese aquí
y pienso en las cosas que veo en casa cuando despierto:
los camiones cuando llegan a un supermercado a media cuadra,
los paseadores de perros, gente caminando desde
la estación de trenes... El balcón donde tantas veces
pienso que hay otras vidas y otros lugares
que ahora brillan en las camionetas amarillas
cubiertas de un hielo
que el sol pronto va a derretir.
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