Entonces, la iglesia se iluminó: se habían corrido las nubes. El agua se encendió. Miré otra vez hacia donde ajenos y mudos nadarían los peces y en mi cabeza volviste a alejarte sobre los adoquines de la parte antigua. Había parado de llover y la humedad ayudaba a oír tus pasos mientras, uno a uno, se acompasaban a las pequeñas olas.
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