Más temprano, los peones nos habían dicho que la tormenta eléctrica, tan visible hacia el oeste, significaría el fin del otoño. Exagerando, había comentado que la costa recibiría a las víboras que bajarían al río desde los lugares más altos. Sin hacernos problema, fuimos a echarnos bajo los laureles para disfrutar como esos potrillos que se juntan a tocarse el hocico. Fue entonces cuando un rayo iluminó tu cuerpo. Casi igual a esa mañana de tormenta cuando en la galería jugabas con los gatos.
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