Una vez más, me levanto
con los ladridos del perro de un vecino
que se exalta a horas tempranas.
Intento seguir en mis sueños, pero son pesados.
Como de costumbre, mi cabeza aloja
imágenes y hechos que trasuntan poca calma.
Y con todo, el sol asoma y mi mujer se apresta a salir...
La perra incluso está contenta.
Mi hija se fue más temprano a enfrentar un examen
y mi hijo, hasta donde sé, descansa.
Debo valorar eso por sobre las noticias
que hablan de un asteroide que pasará no lejos de la tierra
y que más tarde o más temprano, alguna vez,
cuando uno por fin impacte, significará
el fin de la vida en la tierra. Y si eso no ocurre,
aclara el multimillonario que cita la noticia,
será el sol el que terminará expandiéndose tanto
que se secarán los mares.
Por eso mejor recordar al perro del vecino.
Vivirá unos años más, supongo,
y dentro de unos años
-no viven tanto los perros- no estará más
despertándome.
Voy a imaginar entonces
qué podría ser de él más adelante
cuando sus ladridos no resuenen más cerca mío.
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