Mi despacho mira a un palacio llamado de “Justicia”. Palacio de justicia. Extraño nombre. Palacio. Busco la definición: “Edificio grande y lujoso que se utiliza como residencia de reyes, nobles u otros personajes de alto rango social. También puede referirse a un edificio público monumental o de gran tamaño, como un palacio de justicia o un palacio de congresos”. ¿Un lugar para que los reyes impartan justicia?
Mal lugar desde siempre en mi cabeza. Y con todo, me provoca una fascinación extraña, propia de un espacio sombrío y pesado, lleno de expedientes, habitado por personas que ejercen las cuotas de poder propias de un sistema demasiado humano. Me convoca y espanta a la vez.
Se ve en ese palacio un arbusto desde mi ventana. Por más extraño que parezca, creció en una moldura de la ventana del cuarto piso, justo donde está la Corte Suprema. En realidad, es mínimo lo que yo llamo un "arbusto". Apenas debe tener casi nada de tierra y sin embargo ha logrado crecer y ya es más que una planta: su tallo tiene cierta proporción que puedo llamar considerable y cierta altura que también me atrevo a llamar considerable —casi un metro—. Es delgado. Apenas tiene —cuento— seis o siete hojas. Un fenómeno extraño que se mueve casi nada gracias a una brisa. Lo miro y en cierta forma me mira. O al menos, quiero creer eso. Soy capaz de tanto en mi despacho de un cuarto piso de otro edificio histórico que está cruzando la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario