Fuiste hasta la esquina con tu perra. Había dejado de llover. La música de ese vecino odioso no sonaba más. El viento arreciaba. Iba. Con todas sus fuerzas. Movía las nubes. Y las nubes pasaban. Se veían las sombras pasando toda velocidad en el campo. Ese espacio en donde unos teros se paraban también a recibir el viento tan fuerte. Al parecer, un tanto extrañados. Te preguntaste entonces si en la vida, al fin y al cabo, había algo más. Si de pronto todo se apagaría y lo conocido, lo vivido, serían todas las sensaciones que hasta ese tarde habías vivido. Montones de recuerdos imprecisos e ingobernables que aparecían según el antojo de tu cerebro. O vaya saber de qué o quién. Lo mismo que el viento.
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