Tropea. Mar embravecido gracias a que de pronto se levantó un viento inusual. Gran espectáculo: olas que rompen a unos cuantos metros de la costa, algo inusual para el Mediterráneo, y después lo destacado: encuentro un pedazo de madera que simula ser una escultura primitiva. De algún modo, tal vez es africana. Lo es de hecho, cuando lo pienso mejor. Sin duda. Opto por situarla arriba de un arbusto y funciona el conjunto. De hecho, voy a intentar de ahora en más armar conjuntos escultóricos, pienso. No me interesa aprender a dibujar o modelar con determinada maestría figurativa o naturalista. No me interesa una educación plástica, digamos, clásica. No lo he querido aceptar a lo largo de todos estos años porque siempre estaba el tema de que un artista "debía" saber copiar un cuerpo humano, los objetos, etc. No digo que no, es lo mejor; solo que en mi caso eso no me divierte. Por ende, no me interesa. Y por lo demás, está claro que la tecnología en parte dejó atrás esa cuestión. En concreto, me pasa siempre lo mismo con tantas cosas: lo que me importan son las ideas. Después, la materialización me interesar menos. Salvo con la escultura. En ese caso, las cosas cambian. Me interesa partir de una piedra y ver qué me depara. Qué tiene para emerger de ahí. Eso sí me fascina. Es algo en cierto punto místico. Un diálogo de la piedra misma conmigo. Una solicitud también; de ella, que me pide, de a poco, que la comprenda, que la convierta en lo que quiere ser. Es algo exagerado esto que digo, y también infatuado, pero algo así quiero creer que ocurre. Lo que pasa es que las palabras traicionan ese fenómeno cuando se explayan. Porque la realidad es un poco más imprecisa y por lo tanto más interesante.
jueves, 9 de enero de 2025
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