Caminar por Nápoles hasta dar con el barrio pudiente, exige, y bastante. Primero, pasamos por el centro atiborrado de gente en donde las calles, con soberbia fidelidad, repiten sus consignas: motociclistas intemperantes, y por lo tanto propensos a utilizar la bocina para imponer su paso, logran un estado general próximo al desastre. No hay más ley que la prepotencia y esa fuerza da una impronta de libertad. Se puede tirar la basura por ejemplo en cada esquina. Pero al mismo tiempo agobia. La gente, por otra parte, no parece reconocer puntos medios. O es brusca o muy amable, familiar casi. El museo de arqueología tiene esculturas grandes, fantásticas. Expresión acabada de una ferviente decadencia.
jueves, 9 de enero de 2025
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