Dios como fuente de toda
revelación
en mi ser que se amontona a la
par
que crece en la luz de su
imagen divina
que es imagen de otra cosa que
no alcanzo
a vislumbrar.
No hay otra vía que el intentar
mejorar nuestro ser para
después
tomarnos un café tranquilos
en algún lado donde se vea el
mar
y lleguen las gaviotas cerca para
espiarnos.
Las toninas son animales espectaculares.
Eso lo sé. Como también sé que
las escolleras
tienen la fascinación de los
viajes.
Que los transeúntes reúnen historias
que me gustaría conocer de los
mejores
modos, en la forma de esos relatos
solícitos,
relajados, en donde el que cuenta
deja
que las cosas se expresen por
sí mismas
y no por algún gesto dramático.
Hay en la lucha por insistir e insistir
un círculo que no sé para qué
sirve,
no entiendo todavía la ganancia
que tiene
la obsesión. Me imagino que es
un no conformarse
con la realidad, o algo así. Me
acuerdo de tantas cosas.
Ahora, sin ir más lejos, quisiera
estar
sin retractarme todo el tiempo
de lo que uno es,
de lo que uno hace. Si tan solo
pudiera irme
del uno, del sentir por unos
instantes
para integrarme mejor a un
sentir más cósmico.
Pavada de cosa, me imagino. Como
me imagino que para eso
tendría que meditar muchos pero
muchos años,
en alguna montaña apartada como
hace el hombre
más feliz del mundo. Ricard Mathieu,
se llama
y habla de la felicidad en lugares
modernos
y aboga porque seamos más altruistas,
más despojados de nosotros
mismos.
Pero, claro, no es fácil ver
una vela, que es lo
que por fugaces momentos veo,
en uno mismo,
ahí mismo donde está el corazón
y se forman las imágenes
y las ideas que después se
proyectan en uno,
en la mente, todo el tiempo, de
una manera que
no dejar de sorprenderme ni por
un día.
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