martes, 21 de noviembre de 2017

Tantas cosas que se nos acercan ni siquiera nos rozan


Estimo que el tiempo data de un momento
muy superior a lo que los pájaros pueden interpretar
cuando cantan a la salida del sol.
Por eso tantas cosas que se nos acercan
ni siquiera nos rozan.  Y lo mismo tantas ideas
joviales y peregrinas. Tantas frases que parecían esclarecedoras
y que al final no alcanzaron lo que tantas veces
amagaron ser. Un río que se abre paso desde
montañas altísimas, blancas por supuesto,
en el medio de un desierto granítico eternamente mudo.
Un limón ajado que todavía no puede ser cortado.
O un día en la vida de muchos, esos otros,
los moribundos desalojados, los sufrientes
de mándibulas rancias que nos topamos a cada paso.
Ellos, al fin y al cabo, nos permiten asomarnos mejor
a ese pánico que nunca terminan de quedar
en una primera ni segunda fila.

No hay voces en el horizonte hoy.
O eso parece. Es que muchas chicas
que interpretan un pasmoso pecado,
que no puedo deshilachar,
se acercan durante el día, y después,
cuando llega la noche, se esfuman como
la perspectiva improbable que tuvieron ciertos
monjes a la salida de una convento
originalmente medieval. Creo que alguna vez estuve ahí,
pero no conozco aún el nombre exacto del pueblo.

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