Ellas que adoraban la distancia que
ampliaban
gracias a los besos que las cubrían
hasta el punto
de volverlas más deseadas por esa imposible
belleza.
En el límite la retenían por
siempre y para siempre.
Hoy, mientras las veo en la mesa de
un bar
cercano a mi casa, ya sin esos
encantos
y con los primeros signos de una vejez
que desacomoda cada uno de los gestos,
admiro esa gracia que les otorga
la posibilidad de ser más
y con los primeros signos de una vejez
que desacomoda cada uno de los gestos,
admiro esa gracia que les otorga
la posibilidad de ser más
que todo lo que alguna vez fueron.
Esa oportunidad de adoptar
un canto que las haga propias.
un canto que las haga propias.
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