Ensayamos modalidades que desafían nuestro entendimiento
a la par que vamos hasta la orilla a buscar
lo que construimos durante tardes
de una primavera incipiente: casitas donde dormir la siesta,
incluso, tal vez, vivir unos días en ellas y convertirnos
en seres tan despreocupados como esos animalitos
que nos acompañan mientras jugamos
a ser los adultos que queremos ser.
Hoy, por suerte, los sueños son más cariñosos:
no dependen de nada mágico, sino de un punto
donde podríamos volvernos más y más blandos,
y no mucho más, en lo gélido de las esquinas
donde resisten seres que revuelven la basura
mientras anochece en el medio de una semana
con una lluvia helada, fina y oscilante.
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jueves, 25 de octubre de 2018
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