¿Dónde están esos hombres,
que no eran sabios ni santos,
y ni siquiera buscaban ser parte
de los grandes mitos añorados por otros?
Ellos eran los más capaces
a la hora de captar los incontables aspectos
que gobiernan a los sistemas que buscan
volvernos abejas de un panal que adora
las fantasías orientadas a repetir la escena:
una y otra vez, el último aliento de la ola
toca una daga clavada en la arena.
Y así pasan los días y después los años.
Y no hay sorpresas. Ni puede desarmarse
la invención que hay detrás de las certezas
que empleamos para sostener la imagen.
¿O bien es tiempo de asumir
que incluso la mayor de nuestras seguridades
es una minúscula paja que vuela por los aires
de un campo reverenciado por la primavera y su día
en la oportuna hora donde sentimos el viento y los
matices
que tienen las manchas negras
en el lomo de las parsimoniosas vacas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario