En la profunda daga que es la noche,
sobre el frío y la mudez que exhiben los cuerpos,
azorados como aparecen, con esas evasiones
que no terminan nunca de cristalizar los sueños,
se puede entrever algo de lo que es posible en otros lados,
ínfimos espacios que, de tocarlos, nos impregnarían
con un veneno que es el castigo
para los que se acercan a divinidades extraordinarias,
una parte de lo tan temido en la medida que el dolor
puede ser inoculado en nosotros.
No sabemos para qué se acrecienta el dolor
sino para que los pequeños momentos de sosiego
sean fuertes, grandes e intensos
igual que los monumentales deseos
que nos toman y levantan.
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sábado, 15 de junio de 2019
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