martes, 3 de septiembre de 2019

Carta para el verano 2020

El mundo cambia hacia un lugar que no sabemos
qué provecho tiene. Las playas sufren cada año.
Veo más y más construcciones erguidas afeándolas.
Los huracanes llegan para volarlas
pero los hombres exigen nuevas vistas.

Las palabras se multiplican
en un intento de fijar una voz capaz de definir
algún tipo de interés,
o un camino redituable para quien lo adopte.

Pero al final,
después de muchos contratiempos,
eso no ocurre.

El vacío que cae sobre los sentidos,
de pronto estériles,
no ayuda a justificar desafíos y costos,
pero significa que estamos libres.

Ya no funcionan los discursos.

Los gestos sólidos y pétreos,
que armaban enormes edificios, tienden a diluirse.

Y al mismo tiempo nos sentimos insustanciales;
o más bien tristes por no tener un punto certero
hacia donde apuntar nuestros esfuerzos.

Nos encomendaron construir algo
y no es seguro que lo estemos logrando.

Y sin embargo, deseo verte de nuevo
para compartir una tarde sobre la arena,
cerca del agua, también próximos a eso
que llamamos un instante
dulce e infrecuente de paz.

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