martes, 3 de diciembre de 2019

Otro paseo por año nuevo en Urban street, Auckland


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Veo torres expectantes dispuestas a prenderse fuego en sus cúpulas. Quieren volver a un paisaje lleno de pantanos helados. Una escena gris y ventosa. Pájaros graznan alrededor nuestro. El fuego está creciendo.

Esos pájaros están alarmados. Queríamos un espectáculo y aquí lo tenemos. Una obra grandiosa, potente y capaz de posicionarnos a nosotros, los pequeños y presuntuosos.


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Ahora solo nos queda ir por la cansada manera de encarar los años. Seguir sus pasos y entresijos. Amarrados; somos los que quieren lograr algo. Un callejón que se vanagloria de tener siempre el mismo caudal de objetos.


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Veo ese mismo esquema en los mendigos, así como están, echados en las veredas. Se sientan bajo las luces a lo largo de las calles; miran pasar los taxis. Reposan cerca de la gente, se aproximan a un punto de celebración. Buscan una paz duradera, ahora que la música, de un modo suavemente inusual, nos promueve.

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Vamos por una avenida vibrante por los festejos de año nuevo. Si nos ven, nos notan.

Estos fuegos felices que irán menguando. Y arriba, las estrellas, estrellas que permanecen brutalmente poderosas. Lejanas y grandes, y que también mueren.

Supongo que mirarán una fuerza superior, una mansedumbre creadora y más exaltada que estos festejos.

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Espero después de estos días superarme con la mirada. Pero no sé cómo se hace eso. Cualquier cosa que se amplíe a nuestro alrededor sin embargo me alcanza.

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Creo en la medida de lo que dejamos atrás pero no puedo creer en nada que no haya conocido al menos en mi mente.


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Aquí tenemos el muelle. Esta noche la luna parece más baja, sensible y de un blanco transparente.


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En la profundidad, las dinámicas más elementales, erigidas para defender nuestras parcelas, buscan cierta plasticidad, y lo vuelven a intentar, sin éxito, risueñas, inalcanzables, calmas.



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