Una vez más de pie
ante la necesidad de neutralizar lo tenebroso
que los antiguos pintores del renacimiento
vieron como un infierno dispuesto
para devorar a los pérfidos pecadores.
Pero nosotros, sin ser pecadores,
también estamos al filo de la oscuridad,
de manera que lo negro, decimos,
es la consecuencia inevitable
de la luz que se nos acerca
en la medida que, desde nuestra mesa,
vemos a un hombre bailar,
suponemos para sobrellevar el tedio y el frío,
en un puesto de souvenirs en una feria
a pasos de esos frescos antiguos
que no han logrado convencernos
de la necesidad de observar ciertas reglas
para obtener cierto cielo, sino en la conveniencia
de apegarnos con ternura a la comprensión
de nuestros vaivenes
por una cuestión bella y práctica.
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