miércoles, 12 de febrero de 2020

Un manto dorado que se prende fuego

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Un espectáculo increíble, un grillo, en la mitad del jardín, en la mitad de la noche.

Una noche de una luna llena especial. En verano las noches de luna llena tienen esa carga. Energía contenida y a la búsqueda. Un ir, como las olas, un avance. O una carga más bien, una fantasía que ronda miles de días malogrados.

Y por eso ahora, con este calor y esta humedad, quieren redimirse, ser más esbeltos, rápidos y precisos. Y sobre todo punzantes.

Veo en ellos una manera, una forma, una diagramación casi brutal. Veo su persistencia y veo su excelencia. Esos tapices tienen una fiera en el centro que arremete.


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Ah, su prestancia. La filosa hora. Quisiéramos grabarlo. Grabarlo punto por punto. Tenerlo para la historia. Tenerlo para que otros celebren.

Porque no debiéramos quedar fijos. No debiéramos buscar un retorno a algo imperecedero. Me refiero a un antiguo y cálido mármol, un fuego que se enciende. Un fuego que ya no se apaga.

En todo caso, mejor un manto dorado que se prende fuego. Sí, sí, ahí está, quemándose.




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