jueves, 19 de marzo de 2020

47 años

Finalmente cumplí 47 años, una edad considerable y que supone una madurez y una entereza que no termino de sentir, y supone otras cosas que debieran derivarse de esa madurez y entereza, y que por no existir con la fuerza que deberían, no llegan a estar presentes. 

Léase: debería, a esta altura, tener mucho menos propensión al egocentrismo, debería estar más relajado y tener más templanza, pero es difícil cuando uno ha fortalecido tanto un mundo dramático. 

Los cambios no son fáciles. Pero con todo existen algunos cambios -considerables me animo a decir- que sí pude hacer, y que suponen entender que lo esencial son los afectos y la red de contención que traen. 

Saber eso me ha dado una madurez y una entereza -aunque, como dije, no con el alcance que quisiera- que me ha permitido al menos cambiar mi vibración, mi estar en el mundo y, sobre todo, me ha permitido, acercarme al prójimo para que deje de ser un infierno y sea un cielo. 

O en otras palabras: entenderse con el otro para entenderse uno mismo. Un tema complejo porque exige ser capaz de organizar nuestra existencia, nuestro limitado mundo, de manera que las cosas dejen de representar un punto idílico -basado en mandatos- para crear un mundo íntimo y provechoso.

Hasta ahora siempre pensé que solo una gran obra, me liberarías ciertos límites incómodos. Algo tan importante como para sacarme de cierto agujero de rara opacidad. Algo capaz de elevarme. Un relato muy pobre pero muy estructurado y con una fuerza predicadora admirable. Un relato que por suerte tiende a menguar.

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