Pienso entonces en los grandes escritores muertos -y unos pocos vivos- que fui conociendo gracias a este poeta consagrado, pienso entonces en sus influencias y en cómo aprendí a copiar sus modos, sus pensamientos; es decir, pienso cómo en realidad uno suele ser una extensión, una repetidora, de las ideas de otros que, por un motivo u otro, dijeron algo que ha quedado validado.
Y en ese sentido, pienso en personas que escribieron de un modo especial, elevado, riguroso, y por eso capaz de demostrar lo que está ahí, lo que muchas veces vemos pero somos incapaces de describir, esbozar (o como se lo quiera llamar)-. Y sin embargo, para mí esos poetas ahora tienden a perder fuerza por el paso del tiempo.
Digo todo esto porque, mientras estoy recluido en esta casa por la cuarentena, miro el jardín -los vecinos afortunadamente permanecen tranquilos-, y gracias al silencio, al ir y venir de los pájaros -está el gris del cielo a la espera de una tormenta, la última de un verano-, y pienso que lo que siempre pensé en torno a estos momentos tan fantásticos opera de un modo distinto. Sí, opera de un modo más llano, más desprovisto de una dramatización (o de algo que suene a un cierta impostura).
Y entonces el momento es genial porque el verde, el silencio, el gris, la quietud solamente están ahí, y uno no necesita decir algo al respecto.
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