Hace cuarenta y dos días
que estoy recluido con mi familia
en la casa de fin de semana de mi padre.
Salgo de mi casa a pasear a la perra.
Son la una de la mañana y seis minutos.
Llovió toda la madrugada y todo el día.
Miro las estrellas. Se ven muchas entre los robles.
Y un poco más allá, hay dos que se ven
grandes y extrañamente pegadas.
Nunca había visto algo así.
Camino un poco y vuelvo a mirar:
muchas estrellas en todos lados.
Estos son los primeros fríos
y me parece que con el frío
se ven ven mejor las estrellas.
Pienso en lo lejos que están
y en lo muchas que son.
Y pienso en todo el espacio
que hay entre ellas y yo
y entre ellas. No parecen reales.
No termino de sentir que exista
todo ese espacio que dicen que hay.
Y no me parece que existan algunas
que en realidad están muertas
y que la luz que veo
haya partido hace mucho
de un lugar extremadamente distante.
Pienso entonces en las cosas absurdas
por las que me preocupo cada día.
La pequeñez de mis deseos
de grandeza, es notable.
Y lo mismo miedos,
y sin embargo todavía los siento
perfectamente en mi cuerpo.
Vivos, grandes y fuertes.
Totalmente ajenos a la vida
de esas muchas, muchísimas estrellas,
mudas ahí, en ese cielo que parece un techo.
viernes, 1 de mayo de 2020
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