Cuando cerramos los ojos
y vemos lo negro,
casi seguro se nos aparecen
días capaz de hablarnos
de la extrañeza y de las dolencias
que intentamos aplacar
con parsimoniosos gestos que no tienen
valor para quien nos llama
desde una voluntad suave y lejana.
Hay un parque en primavera:
está vacío, quieto, nadie por ningún
lado. Es la hora de la siesta y tampoco
se sienten demasiado los pájaros.
Solo el viento viaja, va, sigue,
suena hacia alguna parte.
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