Se fue a una casa en el bosque para tener un poco más de paz, pero su mente no le permitía tener esa paz que tanto deseaba. Su mente todavía estaba algo incómoda en su cuerpo y con la existencia misma se podría decir. Lo que pasaba es que su mente era el reflejo de sus grandes padecimientos. Los presentes y los pasados. Y no había forma de parar tamaña marea. Y no obstante él lo intentaba, día y noche, siempre confiado en que los métodos orientales podrían ayudarlo, o las meditaciones de todo tipo, o la vida monástica llegado el caso. Cualquier cosa que fuese útil para serenar a esa mente sería bienvenida. Un ciudad pequeña y medieval, por ejemplo, donde la gente no viviese ya y él pudiera estar alejado de todos para, después de mucho tiempo, hacerle entender a esa mente suya que ya podía parar, descansar, contemplar las cosas, estar sobre el pasto y no mucho más. Y por fin, un día nublado, fresco y con muchas otras condiciones promisorias, poder inhalar y exhalar con plácida confianza y salir por los caminos.
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