De vuelta a tu casa,
pensás: un día nublado
un viernes igual
a tantos otros.
Fuiste al trabajo, solitario,
almorzaste en la oficina,
enfrentaste las obligaciones
y, en el medio, quisiste
detenerte un poco a meditar.
Después, intentaste darle
un sentido al tiempo.
Para eso miraste
los árboles en la plaza.
Son esculturas, se te ocurrió.
Esperabas a un amigo
que se detuvo unos minutos
y enseguida se fue
porque se escucharon
los primeros truenos.
Y más tarde, escribiste
para encaminar esa
zozobra incierta.
Y después te tocó buscar el sueño.
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