Te levantabas
a buscar una paz imposible
porque si no era en un lado, era en el otro
que un perro o alguien
alteraba tus nervios.
Tu sentir era un lugar ruinoso
que no podías explicar
bien a nadie.
Hasta que un día un pájaro dorado
voló desde una montaña alta y remota
y, en tus sueños, entró a tu pecho,
y, con su pico, se llevó
eso que te agitaba
a cada instante.
Y viste por fin la serpiente
amarilla y negra
que vivía de tu carne.
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