En una estación
de servicio abandonada,
con el auto apagado,
después del anochecer,
escuchabas el ruido
de la ruta,
y cuando abrías los ojos,
te acompañaban,
como soldados custodios
de la gran muralla,
unos plumerillos
inmóviles.
Los mismos caballos junto a espinillos como oradores al costado del camino. Y a la ida y a la vuelta, la obsesión de no pensar. También el...
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