Esos días
te levantabas a buscar
una paz imposible.
Si no era en un lado,
era en el otro
que un perro o alguien
alteraba tus nervios.
Tu sentir era un lugar
tenebroso
que no podrías
describir del todo.
Hasta que un día
un águila voló
desde una montaña
y entró a tu pecho
para llevarse, con su pico,
eso que te agitaba.
Y viste bañada en sangre,
la serpiente que vivía
de tu carne
y sentiste pena
por su partida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario