Hoy en una montaña cercana a la ciudad más austral del mundo encontraste, en un tronco cortado a una altura de cincuenta centímetros de un árbol centenario llamado lenga, dos huesos de caballo o de vaca. Estaban los dos preciosamente erguidos. Alguien los había dejado, conjeturase, para que los pula el tiempo y sean llevados un día por otra persona que los valore al punto de considerarlos una obra arte.
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