Esa noche de nuevo estabas con el niño al que le gusta hablarte al oído, y ese niño te pedía con insistencia la fuerza que eleva los maizales. Pero no llegaba esa solvencia, solo persistía la obsesión que tomaba tu cuerpo como si fuera un territorio útil para llegar a otros espacios.
Por eso, frente al dolor, ibas hacia el silencio. La tierra entera, decías, brillaría cuando pudieras crear silencio.
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