Decía, el otro día, que la música se ha convertido en un embotamiento de los sentidos que se impone en situaciones cotidianas, por parte de una maquinaría de consumo inmensa que está en todos lados, en los negocios, en los bares, en la calle y sobre todo en vecinos que imponen un ruido que reclama continuamente más energía de uno, más atención, más anulación también de cualquier tipo de mirada hacia otros sentidos, hacia otras realidades...
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Acrópolis
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