En las impresiones que repetía tu cabeza no había espacio para todo lo que estaba alrededor tuyo. No había espacio más que para una topo humeante y furibundo que deseaba escarbar la tierra hasta encontrar un tesoro. Una escultura de oro que tenía la forma y el tamaño de un gorrión y que, al tocarla, iba a adquirir vida, y desde entonces viviría alegrándote con ese gorjeo que tienen los gorriones tan dulce...
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