El mar estaba crispado. Los barcos pesqueros no habían salido por la tormenta. Ella y él estaban atrás de una cerca mirándote. Dos niños con cara triste que al parecer no hablaban. Serán mudos, pensabas, y para verificar eso los saludabas y ellos asentían con la cabeza. Pero como no estabas seguro si en efecto eran mudos, les preguntabas dónde quedaba la calle Artigas y en un español imperfecto te respondían que no sabían. De modo que no terminabas de concluir si te habían o no leído los labios. Así que les decías. Muchas gracias, que tengan un excelente día, y volvían a asentir con la cabeza. Entonces no te quedaba otra opción y te ibas furioso por tu falta de astucia para despejar la incógnita.
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