Amanece y el papa se encuentra en su silla de siempre. El mar está calmo. Todo parece calmo de hecho, menos los pájaros que son su alegría en realidad lo que hacen es reafirmar que todo está bien y que por lo tanto estamos cerca de algún tipo de paraíso. Entonces me propongo con todas mis fuerzas creer que en este marco puedo ser feliz. Que soy capaz de creer que hay un Dios y que está en todas estas cosas que componen el paisaje. Y así, bastante convencido, voy hasta la orilla y toco el agua helada.
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