Al amanecer, te encontrabas alcanzado por una luz con un calor tan intenso que casi te vencía. Un buitre sobrevolaba las alturas. El mar estaba calmo y no había nadie en la playa, o en realidad, a lo lejos, había un hombre que tenía puesta una sotana blanca y sí, era el papa, que cuando llegaba a donde estabas sonriente te bendecía, y vos desafiante también lo bendecías, muy seguro de que también tenías “poderes´..., pero apenas hacías eso te dabas cuenta de tu insolencia y de inmediato, sumiso, te arrodillabas mientras el papa seguía su camino. Y atemorizado comenzabas a rezar un Ave María mientras el buitre bajaba y se quedaba al lado tuyo mirando el mar…
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