Esos días a la hora de la siesta, solían bajar entre cardos con puntas violáceas para seguir por donde crecían unos frutos rojos en forma de unas bolitas que eran muy apreciadas por los zorzales.
Los mismos caballos junto a espinillos como oradores al costado del camino. Y a la ida y a la vuelta, la obsesión de no pensar. También el...
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