No hay nada acá que pertenezca a lo cotidiano. Los árboles, las plantas y los pájaros, se han vuelto hacia el cielo que baja en un puente de luz como invitándonos a jugar. Es el paraíso donde los perros de nuestra infancia se acercan a saludarnos. Y con ellos viene un guardia que nos trae de vuelta las alegrías que fueron efímeras “..y se van a extender ahora...”, nos dice con una voz aflautada mientras nos miramos incómodos por lo extraño que resulta todo.
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