Todavía permanecemos en el camino que nos llevó a través de heladas cumbres. El lugar donde vimos perros dolientes y desesperanzados durante noches donde nada se movía. Y sin embargo algo respiraba a la sombra de un gran pino.
Ese camino, con el paso de los días, nos adoptó como hijos dilectos y después nos dejó junto al húmedo peñón donde ni se lamentan los pájaros más grandes. Y lo mejor: para entonces estábamos frente al amanecer de pronto liberado.
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