Entrabas al palacio de justicia porque ahí te había citado tu padre para hablar de la sucesión de tu abuelo y de pronto, apenas pasabas por el detector de metales, te dabas cuenta de que todos en el palacio: jueces y empleados, eran curas. E incluso, apresuradas, unas monjas pasaban con expedientes en la mano. Así que te ponías a pensar que fue una suerte renunciar de joven a la justicia porque de lo contrario serías un cura. Y mientras pensabas eso te dabas cuenta de que dos mujeres, que esperaban con vos el ascensor, eran prostitutas disfrazadas de monjas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario