Ya para entonces, en la calma de principios del invierno, bajo la luna, mirábamos más allá de la laguna hacia nuestras esculturas. Era lindo ver cómo una al lado de la otra reposaban, ayudándonos de esa manera a encontrar el rastro que vuelve a las cosas soñadas, bajo el sol de la mañana, frente a una fuente y al costado de un pasto pobre y desmerecido.
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