El aire templado en la noche quieta ampliaba el canto de los grillos. Los plumerillos casi no se movían. Miraba el camino de tantos días: en mi cabeza iba hacia un palacio medieval en la montaña.
Me gustaría ir de nuevo por ese camino y adentrarme en el campo que tiene montes de eucaliptus y pasturas bajo los árboles y seguir hasta echarme en la arena a escuchar las gaviotas llamándose antes de la rompiente.
Y con el sol ido, al volver a la casa, vería resplandecer el olmo inmenso mientras unos sapitos en sus alrededores buscarían una luz que los reflejase.
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